sábado, 25 de agosto de 2012

Permanente equívoco. Por Jorge Guebely


Para apreciar la dimensión real de lo política nacional e internacional, basta el ‘affaire’ Julián Assange, el hombre de los wikileaks, el que develó la farsa de las afrentosas relaciones del Poder, la naturaleza enferma de prestigiosos mandatarios. Puso al descubierto la diplomacia del verticalismo, la hegemonía del más fuerte sobre el más débil, la típica cultura del chimpancé.
Los gobiernos poderosos, especialmente los Estados Unidos, no le perdonan el destape. La guerra de Irak fue más que atroz, denigrante fue el vandalismo del ejército norteamericano, también las torturas y matanzas de civiles inermes, y las masacres de niños, y la tiránica imposición de la democracia,… Colombia también tiene su dosis: su amable sumisión a la embajada norteamericana, las artimañas de Uribe, la defensa de políticos sucreños por parte de la Corte Suprema de Justicia… Nada nuevo como lo afirma Chomsky, excepto la certeza de que política sin cinismo no triunfa.
Había que castigar la osadía del australiano, convertirlo a todo precio en terrorista, en monstruo; construirle alguna desviación y declararlo enemigo del mundo libre. Inventarle algún delito y destrozarlo, propinarle su lección y ponerlo como escarmiento para los otros hackers. Nadie debe olvidar que la democracia y la libertad son construcciones que se alimentan con dictaduras y esclavos posmodernos
Debió ser la Casa Blanca quien dio la orden para ser obedecida universalmente, la cultura occidental es una caserna militar. La paradigmática Suecia inició la farsa, lo acusó de abuso sexual, un país en donde el sexo se ejerce con la misma naturalidad con la que se consume una Coca-Cola. La continuó el decadente imperio inglés, su primer ministro insiste en la extradición, incluso, está dispuesto a desconocer tratados internacionales sobre asilos políticos, a invadir una embajada sin importancia, y llevarse la víctima por la fuerza. La fuerza bruta sostiene los países civilizados. La farsa siguió en el Ecuador, le concedió asilo político en nombre de una democracia amordazada. Oportunismo puro, cinismo depurado, todos los flancos la política huelen a desastre humano, no es confiable su precaria moral.
Inútil buscar modelos distintos en la historia, no los hubo en el pasado, tampoco en el presente, dudo su existencia en el futuro. No es fácil convertir el aceite en agua, la perversidad en nobleza, ‘Cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje’ (AldousHuxley).
Nada es tan urgente como continuar con la construcción de una cultura ciudadana, humana, desistir del permanente equívoco. 


columna tomada de laNacion.com.co 

jueves, 23 de agosto de 2012

Recuerdo del presente. Por Jorge Guebely


La Literatura existe para despejar las incógnitas del ser humano, dilucida sus miserias y grandezas, sus verdades y mentiras; el desorden que lo convierte en el animal más soberbio y más apaleado sobre la tierra.

Así lo muestra en la tragedia de ‘Antígona’, allí desvela cómo dos verdades se hacen irreconciliables gracias a la ignorancia del Poder. Frente al cadáver de Polineces, el guerrero que osó oponerse a Tebas y muerto por su propio hermano, Creontes, rey de la ciudad, decide dejarlo insepulto. Obedece a los mandatos oficiales: ‘…quien faltase las leyes del Estado o pretenda imponer las suyas, este tal no será quien escuche alabanzas mías’. Por el contrario, Antígona, hermana del difunto y sobrina del Rey, lo sepulta. Cumple con los preceptos divinos, ‘…nunca creí que harías prevalecer tus bandos –le refuta a Creontes-, ¡tú, mortal!, por encima de las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses’. Defiende el derecho natural del individuo, no le importa contravenir las leyes del Estado. Sófocles enfrenta una verdad de origen divino a una de origen humano, el conflicto cotidiano de los hombres.

Considera que la Sabiduría hace superable la confrontación, basta oír a Tiresias, el sabio ciego para ver mejor la esencia del mundo. Pero la soberbia de Mandatario lo destroza, está poseído por la arrogancia del Poder, carece de sensatez para orientar su pueblo hacia fines superiores. Primero se niega ante Tiresia, después duda. Cuando acepta, es demasiado tarde. La tragedia se viene encima, Antígona será condenada y morirá por su transgresión. Creontes será castigado por los dioses: morirán su hijo Hermón, amante de Antígona, quien se suicida con su propia espada, y Eurídice, su esposa, al no soportar el dolor por su hijo fallecido. El desastre apenas comienza, 
posteriormente abarca la ciudad entera. Es el destino de una especie condenada a vivir en las elucubraciones de su conciencia incipiente, apta para acoger los desastres del Poder y rechazar las benignidades de la Sabiduría. ‘No se necesitan mandatarios astutos y poderosos para gobernar los pueblos sino sabios’, parece ser el pensamiento de Sófocles.

La misma tragedia persiste hoy, tampoco sirven las meditaciones de Hegel sobre Antígona, su insistencia en la inoperancia del maniqueísmo, la absurda lucha de buenos contra malos. Los gobernantes prefieren someter en vez de comprender, desconocen las formas adecuadas para resolver el conflicto de los opuestos, el maniqueísmo económico los alucina. Les place más el caos del cáncer social que el esplendor de la vida sana.
¡Cómo recuerdo mi presente!

Columna tomada de LaNacion.com.co