Nadie callará a los políticos ondeando sus ruidosos
optimismos electorales, todos se proclaman ganadores. Ni la abstención los
acallará, verdadero ganador con el 56.3%, sin contar el 6.5% de votos en
blanco, ni lo votos mercados, ni los votos prebendas, ni los votos chantajes,
ni los votos sexuales. No se avergüenzan de un Congreso elegido por una minoría,
tal vez no superior al 15% de colombianos, incluyendo buena porción de
paramilitares. Nada les dice los 18.400.000 abstencionistas. Cifra superior a
los 2.3 millones de votantes del Partido de la U, y a los 2.2 del Centro
Democrático, y al 2.0 del Partido Conservador, y al 1.8 del Partido Liberal, y
al 1.0 de Cambio Radical. Superior a todos ellos juntos. Y si este resultado no
genera crisis, la debemos a la insobornable inmoralidad de los políticos
tradicionales. En fin de cuentas, sirven a elites económicas que, como ellos,
tienen cultura de bandas para delinquir.
Nadie nos salva de su sordera, no oyen el clamor nacional.
Analfabetos pos-modernos, no leen los lenguajes de acontecimientos sociales. El
interés personal los ensordece y enceguece. El cinismo les exonera de culpas y
de responsabilidades. La corrupción les permite transar leyes para ejercer la
ilegalidad legalmente, para perpetuarse en el Congreso, ignorar la voz de los
abstencionistas, protegerse del voto en blanco y usufructuar el erario público.
Actúan como pésimas amantes, despilfarran el dinero ajeno sin provocar placer,
sólo provocan frustraciones y heridas.
En lugar de tanto alboroto, deberían reflexionar sobre la
derrota del sistema electoral y el descalabro de su política. Reconocer la
ineptitud de sus gestiones, origen de tanta desidia ciudadana, del ascenso
abstencionista y la indignación en isla de Tierrabomba. Admitir que su
inoperante democracia ha fraguado las peores miserias y violencias del país.
Pero no lo harán, prefieren el bullicio para tapar
vergüenzas. Seguirán ondeando los triunfos falsos y ridículos. Se posesionarán
en curules que no les pertenecen y legislarán para las elites y el provecho
personal. No cambiarán si los colombianos decentes no los cambian, si no fundamos
una cultura política diferente, desde abajo hacia arriba, desde el ciudadano
hacia el político. Si no construimos, en el imaginario ciudadano, una política
de mayorías y no de elites, de servicio social obligatorio sin remuneración y
no una productiva profesión de por vida, sin partidos políticos que no son más
que bandas creadas por elites económicas para defender intereses económicos. Un
sistema político para promover desarrollo material y humano del ciudadano, no
para ensanchar bolsas de delincuentes y criminales.
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